Nuestra fraternidad no existe para sí sino para realizar la fraterni­dad universal, la nueva humanidad de los hijos que llaman a Dios «Padre» y piden la llegada definitiva del Reino. Hermana es la madre tierra; hermanos, el agua y el viento y el fuego, la luna y el sol; hermana, la muerte, y hermanos, todos los que sufren; hermanos los que no creen y todos los hombres. Es normal, pues, que desde el principio nos hayamos lanzado a romper barreras, étnicas, sociales, culturales y religiosas. Nos mueve el amor creador y redentor de Dios que nos abraza a todos. Nos urge anunciar con nuestra vida y con nuestra palabra el Evangelio que reúne a toda la creación.