Nuestra fraternidad es relación y es, también, institución. Tene­mos un proyecto común de vida, guardar nuestra vida y regla, del cual nos hacemos todos responsables; pero entre todos elegimos a un hermano como ministro y siervo de la fraternidad universal. A él nos comprometemos a obedecer y él nos ayuda a llevar a cabo, en cuanto es posible, nuestra vocación evangélica.

Como el guía primero de la fraternidad es el Espíritu Santo, nues­tros capítulos son en Pentecostés. Al reunimos de lugares diversos, nos sentimos hermanos; tratamos de cuanto atañe a la utilidad común; especialmente, nos animamos a la fidelidad a nuestras opciones; dis­cernimos la voluntad de Dios según las circunstancias históricas en que nos toca vivir; encomendamos a algunos hermanos algunas misio­nes especiales; también corregimos los abusos de poder o la irrespon­sabilidad de los hermanos ministros, y, si es necesario, los destituimos del cargo.