La pobreza y minoridad nos dejan indefensos ante los poderes implacables de este mundo, como corderos en medio de lobos. Nos apoyamos en el Señor; nos ayuda y consuela el calor de hogar de la fraternidad.
Cada día nos sorprendemos agradecidos ante la maravilla de la fraternidad. Es el signo más cercano que tenemos de la gracia salvadora del Señor. Somos hermanos porque el Espíritu nos llamó a serlo e hizo en nosotros el milagro de querernos. Por eso, justificamos nuestro proyecto evangélico en la medida en que somos hermanos de verdad y con obras.