La Reliquia estremece, y el peregrino se recoge, porque se encuentran ante el signo de la Cruz donde ha habido un Dios entregado por mí. Un Dios apasionado y apasionante.  El monasterio franciscano que la custodia es como un joyero, por ser un lugar muy especial con una historia de 1200 años desde que aquí llegara la Reliquia del Lignum Crucis.

El entorno se enseñorea con las cimas de los Picos de Europa; macizos de roca en su afán por proteger esta Pequeña Jerusalén. Pero lo central de esta casa y este paisaje es la Cruz arropada por siglos de historia, por arte y espiritualidad. La Cruz, la piedra, los montes de alrededor, transmiten esa fuerza especial y única. Es un lugar para estar y sentir; la frescura de la iglesia, la música gregoriana que lo impregna todo, la penumbra de la luz, la piedra humilde que en suerte hacerse culto, el resabio del incienso que lo perfuma todo… la Cruz