Francisco llevando el dinero, se presentó ante el Obispo y le dijo: “Señor, no sólo quiero devolverle con gozo el dinero a mi padre, sino hasta mis propios vestidos”. Se desnudó de sus vestidos y ante todos los presentes dijo: “Hasta ahora he llamado padre mío a Pedro Bernardone; pero desde ahora quiero decir: Padre nuestro, que estás en los cielos, y no padre Pedro Bernardone” (cf. TC 19-20).

Para Francisco la libertad nace de la confianza. Confiando en que Dios es el Padre, que ama y cuida, Francisco se siente libre; libre de afanes por posesiones y de preocupaciones por seguridades. Puede adentrarse en el mundo y en la vida sin angustias por el hoy ni ansiedades por el mañana.

Como hermano se presenta libre, sin miedos ni dobleces, sin nada que ocultar ni nada que proteger, sin rivalidades ni luchas por el propio prestigio. Libre, y en seguimiento de Jesucristo, puede presentarse como el último y ponerse al servicio de todos. Francisco confía que el Espíritu del Señor actúa en cada persona y, por ello, invita a sus hermanos a que actúen como mejor crean que agradan a Dios, provocándoles así a vivir, bajo el soplo del Espíritu Santo, la libertad de los hijos de Dios.

Carta de Asís. #57