Un día, los animales del bosque se dieron cuenta de que ninguno de ellos era el animal perfecto: los pájaros volaban muy bien, pero no nadaban ni escarbaban; la liebre era una estupenda corredora, pro no volaba ni sabía nadar…Y así todos los demás. ¿No habría manera para mejorar la raza de cada animal? Dicho y hecho. Organizaron clases para ello y en la primera clase el conejo corriendo fue una maravilla, y todos le dieron sobresaliente; pero en la clase de vuelo subieron al conejo a la rama de un árbol y le dijeron: ¡Vuela conejo!

El animal saltó y se estrelló contra el suelo, con tan mala suerte que se rompió dos patas y no pudo hacer el examen final corriendo. Resultado: ¡Suspendido también en carrera!

El pájaro fue fantástico volando, pero le pidieron que escarbara como un topo. Al hacerlo se lastimó las alas y el pico, y en adelante tampoco pudo volar; con lo que ni aprobó la prueba de escarbar ni pudo hacer la prueba de vuelo. Resultado: ¡Suspendido también en la prueba de vuelo!

 

Vamos, que un pez ha de ser pez, un buen pez…y un pájaro; ¡pájaro! La persona  lograda ha de sacar todo lo que es en lo que es. Sólo cuando aprendemos a amar en serio lo que somos seremos capaces de convertir lo que somos en maravilla.

Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre. (Sal 130)