Nuestro género de vida nos dedica al Reino y exige de nosotros un gran sentido de libertad. Hay que cuidar, especialmente, cuanto se refiere a las vinculaciones afectivas. ¿De qué nos serviría la libertad que nos da ante los hombres ser pobres, si al fin estamos atados por lazos sutiles del corazón?

No vivimos nuestro celibato entre muros protectores. Es la hora de vivir nuestra castidad con libertad gozosa, pero lúcida, pues el mundo ha de sentir­se desenmascarado.

No se pueden establecer reglas precisas; el hermano menor vive en esta tierra como «peregrino y forastero».