Francisco, a semejanza de Jesús, sintiendo que en el cuerpo estaba en el exilio lejano del Señor, se volvió también exteriormente completamente insensible a los deseos terrenales por el amor de Cristo Jesús; orando sin interrupción, buscaba tener siempre a Dios presente. (…) En todo lo que hacía, desconfiando de su capacidad, imploraba con insistente oración que el bendito Jesús lo dirigiera, e incitaba a los hermanos a la oración con todos los medios que estaban a su disposición. Además, él mismo se mostró siempre presto a sumergirse en la oración de forma que, caminase o estuviese quieto, trabajara o descansara, parecía que siempre estuviera absorto en la oración, tanto exterior como interiormente. Parecía que no sólo dedicara a la oración el cuerpo y el corazón, sino también la acción y el tiempo.

(Ubertino da Casale, El árbol de la vida,I;FF2086)