“Amense y nútranse unos a otros lo mismo que la madre lo hace con sus hijos”

(S Francisco)

Valoramos profundamente la dimensión psico-afectiva de la frater­nidad. Sin este cariño mutuo, comprensión, acogida, la vida común se parecería más a un cuartel o a una comunidad espiritual de solitarios, que a una auténtica fraternidad. Tenemos especial sensibilidad para evitar paternalismos y dependencias. Nuestro peligro, incluso, puede ser cierto individualismo. Pero en ese caso, tampoco realizaríamos ese otro valor esencial de la fraternidad: el compartir todo lo que uno es y posee. Desde este lado, es la pobreza la que salva a la fraterni­dad: la necesidad provoca la entrega, y la desapropiación de sí dinamiza la relación.