Nos está tocando vivir épocas de grandes incertidumbres en muchos ámbitos: sanitario, económico, social… También en lo espiritual. Nunca antes habíamos conocido tal pluralidad de ofertas de espiritualidad. Siendo importante estar abiertos a dimensiones más allá de lo material, de lo controlable por las ciencias humanas, también es cierto que incluso lo espiritual lo podemos vivir como producto de nuestro trabajo. Dicho en una frase: “yo me lo guiso, yo me lo como”. Pero así, nos perdemos la gran novedad de la verdadera espiritualidad: la apertura a Él.

Dios irrumpe misteriosamente en la vida de la persona. Esta irrupción no es fruto de ninguna preparación, sino de una apertura arriesgada a su posible presencia. Es esa sed profunda que somos, que nada la puede llenar y que se expone a lo inesperado. Y de un modo callado Dios irrumpe discretamente en la vida de la persona. Es algo que sorprende y que lo invade todo, porque se da en lo más hondo, allá donde comienzan a tomar cuerpo todas las otras dimensiones de la persona. Es el Espíritu que ha tocado el alma.

Una noche, pues, mientras duerme, alguien le habla en visión: «¿Quién puede favorecerte más, el siervo o el señor?» «El señor», respondió Francisco. Y el otro: «¿Por qué buscas entonces al siervo en lugar del señor?» Replica Fran cisco: «¿Qué quieres que haga, Señor?» Y el Señor a él: «Vuélvete a la tierra de tu nacimiento, porque yo haré que tu visión se cumpla espiritualmente». Comienza a transformarse en varón perfecto y a ser distinto de como era… Un grupo de jóvenes de la ciudad de Asís… lo nombra jefe, por la mucha experiencia que tenían de su liberalidad, sabiendo, sin duda, que se iba a cargar con los gastos de todos… Francisco, que interiormente se había hecho sordo por entero a todas estas cosas, va que dando poco a poco distanciado de ellos en el cuerpo, mientras canta al Señor en su corazón. Como contó él mismo, fue tan grande la dulzura divina de que se vio invadido en aquella hora, que, incapaz de hablar, no acertaba tampoco a moverse del lugar en que estaba. Se enseñoreó de él una impresión espiritual que lo arrebataba a las cosas invisibles, de modo que todas las demás le parecieron de ningún valor (cf. 2Cel 6-7).

(Carta de Asís 149)