San Francisco, alojado en la casa de un fiel compañero cerca del lago de Perusa, sintió la inspiración de Dios para observar la Cuaresma de ese año en una de las islas del lago. Entonces San Francisco le pidió a su amigo que lo llevara el Miércoles de Ceniza en su bote a esa isla deshabitada de noche, para que nadie pudiera verlos, cosa que su amigo cumplió. Llevando consigo sólo dos pequeñas hogazas de pan, San Francisco ordenó a su amigo que no dijera a nadie que estaba allí y que regresara a buscarlo no antes del Jueves Santo.
Como no había casas en la isla para ser utilizadas como refugio, San Francisco se contentó con usar un arbusto grande y espeso cubierto de enredaderas y plantas, como guarida para él. Ahí oró y contempló, permaneciendo toda la Cuaresma sin comer ni beber, comiendo no más de la mitad de uno de los panes pequeños que había traído consigo.
Su amigo lo encontró el Jueves Santo, y al ver una pieza y media de pan sin tocar, consideró que Francisco comió la mitad por puro respeto al ayuno del bendito Cristo, que no comió nada durante cuarenta días y cuarenta noches. De esta manera alejó cualquier tentación de vanagloria, ya que Francisco comió esa media hogaza de pan, en un acto de humildad intencional. (Cfr Toño Martínez. Florecilla 7)
Nosotros también, en medio de la noche, saldremos a esa isla deshabitada para encontrarnos con Él. Así en medio de la noche…, sin que nadie lo sepa para cumplir la Palabra del Señor Jesús; cuando vayáis a orar no os pongáis en medio de la plaza…entrad en el silencio del corazón donde el padre todo lo ve… Sin lugar alguno que nos resguarde, sin otro pan que la Palabra y nuestra verdad a iluminar con ella…comeremos el pan ácimo de nuestra verdad. De esta manera alejaremos cualquier vana-gloria, en un acto de humildad intencional.