Hemos sido llamados, por de pronto, a vivir. Fuimos, después, llamados al gozo, al amor y a la fraternidad, otras tres vocaciones universales. Y fuimos finalmente llamados a realizar en este mundo una tarea muy concreta, cada uno la suya. Todas son igualmente importantes, pero para cada persona sólo hay una -la suya- verdaderamente importante y necesaria. Porque la vocación no es un lujo de elegidos ni un sueño de quiméricos. Todos llevamos dentro encendida una estrella. Pero a muchos les pasa lo que ocurrió en tiempos de Jesús: en el cielo apareció una estrella anunciando su llegada y sólo la vieron los tres Magos.

Efectivamente, no es que la luz de la propia vocación suela ser oscura. Lo que pasa es que muchos las confunden con las tenues estrellas del capricho o de las ilusiones superficiales. Y que, con frecuencia, como les ocurrió también a los Magos, la estrella de la vocación suele ocultarse a veces -y entonces hay que seguir buscando a tientas- o que avanza por los extraños vericuetos de las circunstancias. Y, sin embargo, ninguna búsqueda es más importante que ésta y ninguna fidelidad más decisiva. Todas las grandes cosas o salen de una pasión interior o amenazan inmediata ruina.

(JL Martín Descalzo)