Mucha gente está viviendo una gran necesidad de espiritualidad. Una vida fijada solo en lo material nos queda corta, chata, sin horizonte. No es nuevo este deseo de abrirnos a nuestra dimensión espiritual. Hace ya años que los libros en torno a este tema son de los más solicitados. De hecho, hay infinidad de oferta de espiritualidad, y de todo tipo además. Más allá de las corrientes socioculturales imperantes, hay momentos en la vida donde se nos da asomarnos a nuevos territorios hasta entonces poco o nada vislumbrados. Hay circunstancias en nuestras biografías que, por situaciones límite de sufrimiento o de gozo o de no se sabe qué, medio barruntamos mundos ignotos hasta entonces. Son dimensiones no materiales, como nuevos pliegues de la existencia nunca imaginados en nuestras vidas concretas.

En cada uno se dan de modo muy peculiar: nacimiento del primer hijo, fallecimiento de alguien muy querido, una depresión, el despertar del amor personal, cambio de época existencial, el vacío producido por el anonimato en medio de la masa social, el aburrimiento de lo mismo de siempre, la admiración por la naturaleza que nos abruma… Todas estas situaciones cuestionan los marcos cerrados sobre la realidad con que funcionamos y nos señalan nuevos horizontes nunca sospechados. Estamos despertando al espíritu. El mundo, tanto material como personal, no sólo es lo que medimos, controlamos y proyectamos, sino más, mucho más.

Además, abrirnos a lo espiritual, al espíritu, es la oportunidad de arriesgarnos a abrirnos al Espíritu, a Dios. Nuestra vida grita, no sabe cómo, con gemidos que no se pueden decir. Muchas veces en silencio, a gritos callados, emerge en nosotros el deseo de Dios, la llamada para que Él se manifiesta en esta vida, en medio de este tiempo que nos toca vivir, a cada uno de nosotros en persona. (Carta de Asís 145)