Cuando nos ponemos generosamente a su servicio, Él realiza grandes cosas en nosotros. Así actúa con cada uno de nosotros: nos pide que lo acojamos en la barca de nuestra vida, que comencemos de nuevo con él y surcar un nuevo mar, que se revela lleno de sorpresas. Su invitación a salir al mar abierto de la humanidad de nuestro tiempo, para ser testigos de la bondad y de la misericordia, da un nuevo sentido a nuestra existencia, que a menudo corre el riesgo de replegarse sobre sí misma. A veces, nos sorprendemos y dudamos ante la llamada que nos hace el Maestro Divino, y nos sentimos tentados a rechazarla debido a nuestra insuficiencia. Incluso Pedro, después de esa increíble pesca, le dijo a Jesús: “Señor, aléjate de mí, porque soy un pecador” (v. 8), es hermosa esta humilde oración: ”Señor aléjate de mí porque soy un pecador”. Pero lo dijo de rodillas ante Aquel que ahora reconoce como “Señor”. Y Jesús lo alienta diciendo: “No temas; desde ahora en adelante serás pescador de hombres “(v. 10), porque Dios, si confiamos en Él, nos libra de nuestro pecado y nos abre un nuevo horizonte: colaborar en su misión.

(Homilía Papa Francisco, Lc 5, 1-11)