La obediencia no es para nosotros un sistema de se­guridad o de perfección ascética. Nuestra vida entre los hombres y el respeto a las personas, que caracterizan nuestras relacio­nes, nos hace tener iniciativa propia. Esto nos exige integrar nuestra vocación de obediencia y la experiencia espiritual del discerni­miento, a fin de que en todo y por todo hagamos la voluntad del Señor.

A veces se dan conflictos con la autoridad. Este conflicto exige al hermano la madurez espiri­tual de quien vive desde las bienaventuranzas: el hermano tendrá que desobedecer, pero preferirá sufrir perse­cución antes que separarse de sus hermanos, o, quizá, haya de some­terse ciegamente, en abandono de fe. Habrá que discernir cada caso. No es posible sistematizar según reglas morales el misterio de la obediencia cristiana, que atañe al Dios vivo.