Cuántos miedos llevamos con nosotros!.  Son parte de nosotros. Nos hacen más humildes ayudándonos a distinguir que nosotros somos más que nuestros miedos.

Siendo siempre molestos y dolorosos, nos obligan más a vivir confiando que a vivir dominando.

Pueden ser un acicate para que busquemos fundamentos donde apoyar nuestra confianza básicas:  Siento miedo, pero mi corazón no tiembla porque sé de quién me he fiado.

“Recibía mucho consuelo con las visitas del Señor, en las cuales se le aseguraba que los fundamentos de la pequeña Fraternidad permanecerían indefectiblemente firmes.

Como el Santo se turbara una vez de los malos ejemplos y se presentara turbado a la oración, recibió del Señor este reproche: “¿Por qué te conturbas, hombre pobrecillo? ¿Es que acaso te he escogido yo como pastor de esta Fraternidad mía de suerte que no sepas que soy yo su principal dueño? A ti, hombre sencillo, te he escogido para esto: para que lo que yo vaya a hacer en ti con el fin de que los demás lo imiten, lo sigan quienes quieran seguirlo.

Yo soy el que ha llamado, y yo el que defenderá y apacentará. No te inquietes, pues, antes bien trabaja por tu salvación, porque, aun cuando el número de la pequeña Fraternidad se redujere a tres, ella permanecerá por siempre firme con mi protección”.

Desde entonces solía decir que la virtud de un solo santo podía más que una multitud de imperfectos, porque un solo rayo de luz hace desaparecer espesas tinieblas» (2Cel 158).

 Déjame entrar dentro de Ti, para mirarme desde Ti,

y sentir que se disuelven, tantas miradas propias y ajenas

que me deforman y me rompen. (Benjamín González Buelta, sj)