La predicación ha de ser fiel a la Revelación; pero cuidamos espe­cialmente de que sea coherente con nuestras opciones de vida. No rechazamos la investigación teológica; pero preferimos la palabra viva que se dirige al corazón. Podemos pertenecer a las instituciones pasto­rales preestablecidas; pero preferimos andar a nuestro aire, dedicán­donos a los más abandonados. Lo que importa es que nuestra palabra se asemeje a la de Jesús: sencilla, sin rodeos, que, a la vez que prego­na el gozo de la salvación, provoque la conversión y las decisiones últimas.

Es necesario que lo que predicamos sea previamente escuchado y contemplado en la oración. Cuando nos devore por dentro, como fue­go, nuestra palabra será el espíritu de Jesús resucitado. Palabra profética para denunciar y salvar, arrancar y plantar. Por el Evangelio nos hemos hecho servidores de todos, y el mismo Evangelio nos da la libertad para hablar «oportuna e inoportunamente».